2/3/13

Una muerte romana, por Gerónimo Chatkins



La nieve cubría todo con su forma de árboles y senderos y el silencio era el rey de aquel bosque amante de su dictador. Pocos animales se atrevían a perturbar la paz, la mayoría de ellos, aves,
- destinadas a vivir entre dos mundos.
Una caseta en un claro. Pequeña, de madera, sin signos visibles de producción industrial. Su techo ahumaba el ambiente.
 CULPABLE
 El Fuego,
 mero artificio ígneo nacido de la madre y la rabia.
 Indomable y destructor,
- un animal manso al servicio de aquel desconocido.
Había llegado al bosque hará ya un par de estaciones, con las provisiones justas y las herramientas adecuadas.
La Perseverancia y el Fracaso le convirtieron en un autómata.
Estupefactas, las criaturas observaban sus quehaceres, como un ser extraterrestre observa una cena de navidad.
- Aleatorios e incomprensibles, nunca antes fueron perpetrados actos semejantes intramuros del pinar fortificado.
Primero fue pánico, pues el crujir de los árboles que morían vaticinaba tragedias impensadas anteriormente. Mas no tardo en esparcirse la quietud entre las almas al ver que el desconocido solo tomaba lo que necesitaba (unos cuantos troncos guardan proporción con el ser exterior). Taciturno y pesaroso, apenas salía de su nido. Los cuervos revoloteaban alrededor, a la pesquisa,  pues son ellos los mensajeros del mundo. Animales de pezuña mostraban más respeto, ya que el intruso comía carne, e imposible era escapar de sus truenos, fulminantes y lejanos.

 Cuando el sol se hizo débil y los árboles exhibían la esbeltez de su letargo, todo el Bosque estaba centrado en aquella minúscula caseta, en aquel intruso
odiado al principio,
temido después,
 y necesitado finalmente.
Hacía días que no asomaba la cabeza.
 Al 7 día de espera el Bosque sintió que algo pasaba. La barraca transmutaba en humo y calor, mientras sus muros se inclinaban hacia el corazón triste y furioso que desaparecía con ella.
Los árboles fueron los primeros en creer que el bosque ardería…
No fue el caso.
Ese fuego no consumía la madera para realizarse. No
carbonizaba la carne para sentirse vivo.
Ese fuego ardía de pena, consumía pesar y solo dejó cenizas.

P.D.: Al menos fue valiente. No hubo carta de despedida. Los músculos se mantuvieron  tensos mientras el metal hería el último reducto de sí mismo que le ataba a la vida. La sangre manando a borbotones le pareció hermosa y no aparto la vista hasta que el frío le obligó a cerrar los ojos.

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