Después de lo del bar volví a verle en un sueño. Estaba
en la repisa de la barandilla de una azotea, hablando para la ciudad desde lo
alto, aunque sólo estuviera yo para escucharle que los perros de la calle serán
su ejército y todo cuanto cubran las estrellas será su casa. -Estoy viendo el
futuro -, me dijo. Yo seguí mirando en silencio como quien está leyendo la paja
de un libro, y sentí que se desilusionaba. No volví acordarme del sueño hasta
unos días después, que vi un perro atropellado y me llamó al móvil. Me preguntó
por marihuana y quedamos en la puerta del Metro.
Antes de hacerse el porro empezó a hablar: -Es muy
bonito ver las cosas deshacerse en silencio, pulverizarse, desaparecer -.
Mientras desmenuzaba el cogollo con los dedos. -Me ha escrito una amiga de
Lisboa, vamos a trabajar en el puerto un par de semanas -. No dije nada, estaba
embobado con su manufactura. -¿Te quieres venir?- -¡No!, le contesté, -pero iré
de todos modos-. Cuando nos terminamos el porro ya habíamos llegado.
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