28/8/12

Un poeta de la hostia, por Javier Gonzalo


Era de calaña inmiscuido,
escurridizo, calibrante.

Le gustaba jugar a asustar con los demonios
propios de cada uno, como si le leyera el pensamiento
y pusiera la vida en ello, en él.
Clientes de su mirada, 
la gente sentía el reflejo de la publicidad sin conocer el contenido,
solo a tientas de la bella profundidad de las miradas, 
del gesto que, particular, 
lo atosigaba a uno como si estuviera actuando un tranvía en vías imaginarias entre los dos sujetos.

Había un dolor extraño,
una pregunta siempre insuficiente,
mal hecha o ignorante de la respuesta;
a ciencia cierta.

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