El asqueroso del perro empezó a lamer en el sofá la
pota de aquel gordo cabrón. Joder, tenía que salir de la casa cuanto antes.
Además, el Rodri se estaría poniendo nervioso. Miré el reloj de cocina que había
sobre mi cabeza; las doce y cuarto. Mierda, el cabrón del Carlitos estaba
tardando demasiado y yo no podía irme sin él.
No tardé en recibir la llamada del Rodri. Tío, ¿qué
coño estáis haciendo ahí dentro? Mierda, tranquilo, estoy esperando al
Carlitos, ahora salimos. Pues daos prisa, coño. Dios, no aguantaría mucho
tiempo más dentro de la casa; si el Carlitos tardaba otros cinco minutos en
salir, a mí me daría un puto infarto. Joder, ya me veía muerto, tirado en el
suelo al lado del cuerpo inconsciente de aquel gordo cabrón que no paraba de
roncar.
Mientras encendía un nuevo cigarrillo, salió de la
cocina la chica de la minifalda. Llevaba un plato de una pasta extraña que
parecía paté con sesos y mostaza. ¿Quieres un poco?, me dijo. No gracias; yo...
joder, yo, bueno, estoy un poco agobiado. ¿Es por el perro?, dijo mientras
dejaba caer aquella pasta asquerosa sobre la tripa desnuda del gordo cabrón,
¡vamos, Sultán!, le dijo al perro. Entonces el puto perro dejó por fin la pota
y se puso a lamer la pasta que se esparcía despacio sobre la tripa de aquella
bola de sebo. Este gordo cabrón sólo se despierta si le haces cosquillas, me
dijo la chica, pero yo paso de tocarle.
Bueno, se acabó, aquello ya era demasiado. Le podían
dar por culo al Carlitos, le esperaría en el coche, con el Rodri. Me levanté
del sofá y me largué a toda hostia, sin despedirme de la chica, que dijo algo
como ¿a dónde vas?
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