Un
día cualquiera, sin previo aviso, le salió un padrastro en el dedo corazón de
la mano izquierda. Aunque sabía que era justo lo que no debía hacer, se lo
mordió. Empezó a tirar y la piel se levantó deprisa, como una carrera en una
media. Al final, mezcla de ansiedad por acabar y de horror, terminó por
despellejarse el dedo, la mano, el cuerpo.
En
su testamento vital había optado por la muerte si sufría.
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